Los Naranjos
Me crie en el campo, y siendo muy pequeño (con 10 años), se plantaron en casa 380 naranjos que aprendí a cuidar …
- Quitándole los “chupones”.
- Levantando los “lomos” con el “azadón” en la tierra para conducir el agua del riego.
- Regándolos a manta con cuidado de abrir y cerrar bien las “tornas” para que el agua no se escapara.
- Curándolos con “CUPROSAN” para que no tuviesen “mangla”.
Y ya de mayor (en 1976), viendo que los precios que pagaban los mayoristas por el producto eran ridículos, …
- Llegué a un acuerdo con mi padre.
- Yo le compraba la producción.
- Recogía el producto por las mañanas.
- Los cargaba en mi coche, un Dyane-6 al que le quitaba todos los asientos y lo convertía en furgoneta.
- Vendía las naranjas en mi trabajo, durante el cambio de turno. (yo estaba en el turno de tarde)
Tan ricas estaban las naranjas que tenía vendida TODA la producción. No solo a compañeros, sino también a los proveedores de mi empresa. Con esto ayudaba a mi economía en aquellos años que, aunque yo era muy joven, ya tenía dos hijas en el mundo.
La siembra en casa
Mi padre tenía muy claro que una finca no podía estar sin producir, que eso era una falta de respeto a la naturaleza, y a la vida en general.
De manera que nuestra tierra estaba permanentemente activa, cambiando de cultivo cada temporada por zonas.
Tomates, pimientos, habichuelas, ajos, cebollas, berenjenas, coliflores, patatas, zanahorias, … y muchas más cosas
En aquella época, podíamos estar regando durante todo el día.
En contra de la actual situación de sequía, en aquellos años, la gente del campo, decía todas las primaveras que se “juntaban los planes”, es decir, que el agua que estaba en los fondos de la «capa freática» se unía con el agua que había caído gracias a la lluvia. lo que significaba que había excedente de agua.
El único problema era que el motor con el que sacábamos el agua del pozo estaba colgado con un cabestrante y había que ir adaptándolo al nivel que iba tomando el agua a lo largo dl día. Así, por la mañana el motor estaba arriba del todo y por la tarde lo habíamos bajado muchos metros.
Alguna vez, al acabar la jornada, se nos olvidaba subir el motor. El resultado siempre era el mismo. A la mañana siguiente el motor estaba totalmente sumergido.
Teníamos que sacarlo, desmontándole el tubo de aspersión, desconectándolo de la corriente eléctrica y llevarlo a la panadería del Boni donde se metía un día entero en el horno. Eso hacía que se secase, y dos días después, volvíamos a instalarlo y volvía a funcionar normalmente.
Tengo que decir que jamás conseguimos recuperar, ni muchísimo menos, los gastos que se ocasionaban con nuestra siembra. Pero mi padre estaba orgulloso de no dejar la tierra baldía.
Los Olivos
Otra experiencia fue la de introducirme en el mundo de los olivares, y así en “Los Biergos, en “Los Silos” (llamada por nosotros “La Currita”), en “La Narcisa”, y en “La Gilita”, me dedique a las faenas propias de la explotación olivarera.
Gradear la tierra con el tractor, podar los olivos dándole la forma al árbol, cavar los cuchillos y limpiarle los alrededores el tronco, sulfatar para evitar el repilo, curar con productos fitosanitarios contra el prays o polilla y, por último, ordeñar las aceitunas.
Después de esto, vuelta a empezar.
No tengo más remedio que confesar que mi época olivarera fue un absoluto desastre económico. Tenía que alquilar toda la maquinaria, pagar los jornales para las labores y rezar para que el escandallo fuese bajo.
Si la cosecha era buena, era buena para todo el mundo, con lo que, al subir la oferta, bajaban los precios.
Si la cosecha era mala, la poca producción hacía que no se cubriesen los gastos fijos.
Después de muchos años perdiendo dinero decidí ofrecerle a un profesional el usufructo de las fincas. A partir de ese momento ocurrieron tres cosas importantes.
Ver un Dibujo Rápido de una ramita de olivo (este dibujo lo hice para ilustrar un poema de D. Antonio García Barbeito hablando de nuestros OLIVOS),