
Este poema nos presenta al vino como espejo del alma: a veces sincero, a veces peligroso. Cortez distingue con claridad entre quienes lo beben para ocultarse o disfrazarse, y quienes lo comparten con limpia alegría, con guitarras y amistad. No critica al vino, sino al uso que se hace de él. Al final, el verdadero brindis va por quienes tienen el alma clara y beben el vino por vino, y el agua por agua.
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