Caballo – Marismeño

El primer caballo que domé en mi vida. … o, posiblemente fuera él el que me domó a mí.

Tenía el hierro de Pablo Romero. No era muy alto, pero se crecía en base a su valentía y coraje.

Pasó toda su vida en mi casa. Aquí aprendió a ser un buen caballo, un trabajador incansable. Le encantaba trotar y galopar. Siempre me daba la cara para que le pusiera los «chismes».

Cuando lo montaba alguien que supiera, se encontraba con un caballo fuerte y con chispa, para hacer lo que se le pidiera. Pero si lo montaba una persona sin conocimientos, se convertía en «una burra vieja».

Mi buen caballo Marismeño enseñó a montar a mis hijos y después, a mis nietos. Así hasta que, siendo muy mayor, descansó para siempre.

.Dos de mis nietos paseando por la Feria de Sanlúcar la Mayor

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Este es el enlace a un vídeo que monté con una poesía mía por la muerte de este caballo

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Marismeño

Si es verdad que existe un cielo,
un lugar a donde vayan
todos los caballos buenos,
allí me estará esperando
mi caballo «Marismeño».

Que todavía, algunas noches,
y aunque solo sea en sueños,
vuelvo a flotar en el aire
con su galope sereno.
Y vuelvo a sentir su fuerza,
y su corazón latiendo.
Y volvemos a fundirnos
en un solo sentimiento

Después, cuando llega el alba
y ya, casi estoy despierto,
vuelvo a cerrar los ojos,
quiero dormir de nuevo,
aunque solo sea por darle
una palmada en su cuello,
y decirle una vez más,
lo orgulloso que me siento
de haber tenido en mi vida
a un perfecto compañero.

Y ya, con la luz del día,
solo me queda el eco
de su nombre en mi cabeza,
Marismeño, Marismeño

Manuel Muñoz

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