El Porche

En Sanlúcar la Mayor, a finales de los años 60, TODA la juventud tenía un punto de encuentro común. Dando vueltas alrededor de la iglesia de Santa María.

El “Porche de Santa María”

Muchas de las personas
que me escuchen estos versos
no entenderán muy claro
de a qué me estoy refiriendo,

Pero si eres de Sanlúcar
y hace ya algunos años
que cumpliste los sesenta
recordarás los paseos
que dábamos los chavales
por el “porche” de la iglesia.

Las niñas también paseaban,
agarraditas del brazo,
siempre en grupitos pequeños
de no más de tres o cuatro.

El porche que yo recuerdo
era como una herradura,
dando vuelta en cada extremo.
Por un lado “La Milagrosa”,
por otro, El Ayuntamiento.

Necesitábamos poco,
apenas 200 metros,
para encontrarnos mil veces,
saludando y sonriendo,
cada vez que nos cruzábamos,
con los amigos del pueblo,

la gente joven y alegre
que inventamos, sin saberlo,
la adolescencia inocente
en aquellos años tan bellos

Me dejas una vuelta?
por fin te atrevías a hacerlo
y le hacías esa pregunta
a la niña de tus sueños,
con la voz titubeante,
disimulando tus miedos.
Y ella, a veces, contestaba,
pero siempre con recelo.

Otras veces, ni te miraba a la cara,
eso era un «NÓ» por derecho
pero no pasaba nada,
ya lo intentarías de nuevo.

Si contestaba que sí,
nos poníamos a su vera
y, sin saber que decir,
dábamos la vuelta entera
desde el principio hasta el fin.

Y ese día, no había manera
de que pudieras dormir.
Tan solo pensando en ella
y sintiéndote feliz.

Allí andaba mi pandilla.
Y los amigos de la escuela,
Y los que serían mis compadres, …
Gente linda, gente buena,
sin dobleces, sin malicia,
gente que, sin darnos cuenta,
fuimos creando la magia
del final de los sesenta.

Ya se había hecho de noche,
y unas tímidas farolas,
daban una luz muy pobre
a los que todavía quedábamos
paseando por “El Porche”.

En una de aquellas vueltas,
yo iba con Loly Borrego,
con su manita pequeña,
sin querer, rozó mis dedos.

Lo que sentí en ese instante,
fue como la historia de un cuento,
y el brillo que vi en sus ojos,
me transportó al firmamento.
Todo cuajado de estrellas,
con su luna y sus luceros.

Entonces, ya, me di cuenta,
de que llegaría el momento
en que nuestras vidas fueran
como barquitos veleros,
y que, a su vela y a mi vela,
las movería el mismo viento.

Manuel Muñoz

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