Otra experiencia fue la de introducirme en el mundo de los olivares, y así en “Los Biergos, en “Los Silos” (llamada por nosotros “La Currita”), en “La Narcisa”, y en “La Gilita”, me dedique a las faenas propias de la explotación olivarera.
Gradear la tierra con el tractor, podar los olivos dándole la forma al árbol, cavar los cuchillos y limpiarle los alrededores del tronco, sulfatar para evitar el repilo, curar con productos fitosanitarios contra el prays o polilla y, por último, ordeñar las aceitunas.
Después de esto, vuelta a empezar.
No tengo más remedio que confesar que mi época olivarera fue un absoluto desastre económico. Tenía que alquilar toda la maquinaria, pagar los jornales para las labores y rezar para que el escandallo fuese bajo.
Si la cosecha era buena, era buena para todo el mundo, con lo que, al subir la oferta, bajaban los precios.
Si la cosecha era mala, la poca producción hacía que no se cubriesen los gastos fijos.
Después de muchos años perdiendo dinero decidí ofrecerle a un profesional el usufructo de las fincas. A partir de ese momento ocurrieron tres cosas importantes.
Ver un Dibujo Rápido de una ramita de olivo