Caballo – Marismeño

El primer caballo que domé en mi vida. … o, posiblemente fuera él el que me domó a mí.

Tenía el hierro de Pablo Romero. No era muy alto, pero se crecía en base a su valentía y coraje.

Pasó toda su vida en mi casa. Aquí aprendió a ser un buen caballo, un trabajador incansable. Le encantaba trotar y galopar. Siempre me daba la cara para que le pusiera los «chismes».

Cuando lo montaba alguien que supiera, se encontraba con un caballo fuerte y con chispa, para hacer lo que se le pidiera. Pero si lo montaba una persona sin conocimientos, se convertía en «una burra vieja».

Mi buen caballo Marismeño enseñó a montar a mis hijos y después, a mis nietos. Así hasta que, siendo muy mayor, descansó para siempre. (En la imagen, mi hijo Antonio en un romería)

.Dos de mis nietos paseando por la Feria de Sanlúcar la Mayor

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Este es el enlace a un vídeo que monté con una poesía mía por la muerte de este caballo

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Marismeño

Si es verdad que existe un cielo,
un lugar a donde vayan
todos los caballos buenos,
allí me estará esperando
mi caballo «Marismeño».

Que todavía, algunas noches,
y aunque solo sea en sueños,
vuelvo a flotar en el aire
con su galope sereno.
Y vuelvo a sentir su fuerza,
y su corazón latiendo.
Y volvemos a fundirnos
en un solo sentimiento

Después, cuando llega el alba
y ya, casi estoy despierto,
vuelvo a cerrar los ojos,
quiero dormir de nuevo,
aunque solo sea por darle
una palmada en su cuello,
y decirle una vez más,
lo orgulloso que me siento
de haber tenido en mi vida
a un perfecto compañero.

Y ya, con la luz del día,
solo me queda el eco
de su nombre en mi cabeza,
Marismeño, Marismeño

Manuel Muñoz

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